Mila, una asistente de cocina, se sintió incapaz de defenderse cuando su supervisora la acusó de robar pan de pasas. La acusación infundada y la deducción en el salario fueron solo dos de muchos actos equivocados de su jefa. «Dios, por favor, ayúdame —oraba Mila todos los días—. Es tan difícil trabajar con ella, pero necesito este trabajo».
El auto de Andrew se detuvo y los guardias se acercaron. Oró como muchas veces antes: «Dios, cuando estuviste en la tierra, hiciste ver a los ciegos. Ahora, enceguece los ojos que ven». Los guardias revisaron el auto, sin decir nada sobre las Biblias. Andrew cruzó la frontera, llevando su carga a los que no podían tener una Biblia.
Cuando me preguntaron si aceptaba una nueva responsabilidad en el trabajo, quería decir que no, pensando en los desafíos y mi sensación de ineptitud para manejarlos. Pero tras orar y buscar la guía de la Biblia y de otros creyentes, entendí que Dios me indicaba que dijera que sí. Aunque las Escrituras me confirmaban su ayuda, acepté, pero con ciertos temores.
La mayoría de los 300 residentes de Whittier, Alaska, viven en un gran complejo de apartamentos. Por eso, a Whittier se lo llama «un pueblo bajo un mismo techo». Amie, una exresidente, dice: «No tenía que salir del edificio; la tienda de alimentos, la escuela y el correo estaban en la planta baja… ¡solo bajar en el ascensor!».
El plato que más vendía Jocelyn en su puesto de comida era su sopa de arroz. Revolvía cuidadosamente el arroz cocido, hasta obtener una consistencia suave. Por eso, se sorprendió cuando un cliente habitual dijo: «Tu sopa de arroz sabe diferente. La textura no es tan fina».
Cuando el Dr. Lee, mi profesor del seminario, notó que Benjie, el conserje, llegaría tarde al almuerzo, apartó silenciosamente un plato de comida para él. Mientras charlábamos con mis compañeros, también puso la última porción de torta en una fuente y le agregó un poco de coco rallado delicioso. Esta acción bondadosa de un teólogo sobresaliente fue una de muchas, y lo que considero una expresión de la fidelidad a Dios del Dr. Lee. Veinte años después, la profunda impresión que me produjo aún perdura.
Después de la muerte de su esposa, Alfredo sintió que podría soportar el dolor mientras siguiera desayunando los lunes con sus amigos jubilados, que lo alentaban. Cuando se ponía triste, pensaba en la próxima vez que disfrutaría de su compañía. Su mesa en el rincón era su lugar seguro para superar la angustia.
«¿Por qué me das un pirulí de fresas cuando ella tiene uno de uva?», preguntó mi sobrina de seis años. Mis sobrinos me enseñaron desde temprano que los niños suelen comparar lo que se les da con lo que reciben otros. Esto significa que, como la tía consentidora, ¡es mejor que piense bien las cosas!
Durante tres años, aparte de las necesidades básicas del hogar, Susana no se compró nada para ella. La pandemia de Covid-19 afectó sus ingresos, y ella adoptó un estilo de vida sencillo. «Un día, mientras limpiaba mi apartamento, observé lo desgastadas que lucían mis cosas —compartió—. Fue entonces que empecé a echar de menos la sensación de renovación y entusiasmo. Mi entorno parecía triste y estancado. Sentí como si no hubiera nada que esperar del fututo».
La invitación a cenar del líder de mi iglesia y su esposa me enterneció, pero también me puso nerviosa. Me había unido a un grupo de estudio bíblico universitario que enseñaba conceptos opuestos a enseñanzas de la Biblia. ¿Me darían un sermón sobre eso?